21 de noviembre de 2008

Confesión de un Arrepentido.

No se si estoy juzgando antes de tiempo, pero en esta ocasión tengo el sentimiento y la intuición que me respaldan en mi opinión. Además, a mis decisiones no es normal que les agregue una carga de arrepentimiento, pero en esta ocasión, no sé, tal vez me equivoqué, porque la experiencia que he tenido en otros trabajos me dice que las cosas no van bien.

Ingresé a mi nuevo trabajo y me encontré con un área en la que no se me necesita. Todas las áreas están cubiertas, cada una con un responsable que ya cuenta con una metodología de trabajo y al cual no sería ni justo ni lógico removerlo de sus responsabilidades para darme cabida. Esto ha provocado que yo llegue a tener ciertos momentos en los cuales he tenido que buscarme trabajo por mi mismo con tal de no permanecer ocioso.

Llegué a un grupo de trabajo perfectamente acoplado y con lazos de amistad bastante estrechos, dados por el tiempo que llevan siendo compañeros de trabajo y por el mismo trabajo. No se me recibió fríamente, sino al contrario, pero también se nota cuando alguien está fuera de lugar dentro de un grupo bastante homogéneo, así que hay que adaptarse. Incluso, me he topado con algunas actitudes de desconfianza e incluso agresividad de parte de algunos compañeros, que no han pasado a mayores, pero que no dejan de incomodar.

Desde mi ingreso, aún no he recibido mi sueldo, esto dado por los trámites que se deben seguir y que en algunos casos han llegado a durar hasta tres meses. Esto ha provocado que se tenga que recurrir a lo poco que se había aventajado y que, tal vez, incida en que no se puedan cumplir algunos de los objetivos que se tenían para este último periodo del año.

Los tiempos no me cuadran (porque salgo más tarde), y además mi rutina se vio trastocada. Para poder hacer más eficientes mis tiempos, a mediodía tengo que comer en el carro (y vaya que es incómodo comer así).

Recuerdo que el día en que me presenté a laborar en este trabajo tuve una conversación telefónica con una amiga, a la que le confesé sentir cierta inquietud, cierto mal presentimiento. Ella me compartió una frase que, desde ese día, he estado recordándome, repitiéndome y tratando de llevarla en práctica todos estos días: "Todo a todos".