Sucede que fue el bautizo del hijo de mi jefe. Y nos tuvo la atención de invitarnos a todos sus subordinados, evento al que, por estima y diplomacia, asistí con gusto con mi Ñora y mis chaparros.
Siempre que nos toca salir a algún lado, sabemos que no es fácil por el hecho de que los chaparros deben tener ciertos cuidados. Pero ahora que tenemos al tercero, se nos complica un poco mas, porque mientras uno se queda "inmovilizado" con el bebé, el otro tiene que estar al pendiente del otro par, y eso a veces suele ser cansado debido a que tienen una energía que no se les acaba fácilmente.
Sabiendo lo que se nos venía, nos preparamos mentalmente, y tomamos camino hacia la fiesta. Al principio fue sencillo controlarlos, porque con la amenaza de regresarnos a casa y de no ir a la fiesta, los chaparros se mantuvieron quietos y de lo mejor portado que han logrado en mucho tiempo.
Pero... Llegamos a la fiesta.
En cuanto pusimos el primer pie dentro del lugar, inmediatamente los chaparros vieron los juegos, brincolines, resbaladillas, toboganes, juegos, etc. Sabían el alcance de lo que todo eso significaba: diversión sin límites (salvo lo que sus papás les estorbáramos). Tuve que controlarlos un momento para llegar a saludar y ubicar la mesa donde se ubicaría mi Ñora, y, cumplido el protocolo, no tuve más remedio que llevarlos al primer carrito mecánico que tuvieron a la vista. Tuve que perderle el amor a algunas monedas porque aquel par estaban insistentes, y hasta que les demostré que mis bolsas no contaban con más monedas, se hicieron a la idea de pasar a los juegos gratuitos.
Pero eso no fue problema ni limitante para ellos. Inmediatamnete encontraron diversión en el resto de los juegos y se olvidaron del mundo. Rápidamente se hicieron famosos entre todos los invitados como los gemelos "tremendos", "inquietos", y demás calificativos que denotaban "movimiento sin límites". En su brincadera socializaron con niños de otras edades. Incluso llegó un momento en que cambiaron a otro brincolín donde habían puras niñas y se sintieron como en su casa y comenzaron a divertirse y a convivir con ellas como si nada (yo no se de dónde demonios sacaron eso...).
Pedí paz y los llevé a la fuerza a comer (para mi significaba un respiro). Me chuté 3 tequilas 3 y no me hicieron ni la refrescada, porque mal comieron y de nuevo ya andaban queriendo fugarse a los juegos. Los llevé a otro brincolín el cual contaba con una especie de resbaladilla.
Llegó un momento en que uno de mis chaparros se subió hasta la parte más alta del mismo y pegó un brinco al aire para caer en la parte baja del mismo brincolín sentado. Yo estaba ahí, aun lado, cuidándolos, cuando vi sorprendido e impotente, a mi chaparro a una altura de aproximadamente tres metros en el aire, con brazos y piernas extendidos, disfrutando de su momento de vuelo, y listo para caer sentado en el colchón de aire que le esperaba abajo. En ese instante, mi reacción fue voltear a ver a mi Ñora para cerciorarme que no lo había visto, pero error: si lo vio. Solamente le vi una risa nerviosa, y una resignación implícita, al ver que todo estaba bien y que los chaparros eran los seres más felices del planeta en ese momento. Y el juego siguió hasta que la piñata hizo su aparición.
De nuevo mis chaparros robaron cámara. Si algún día quisiera pasar desapercibido en una fiesta, con este par es completamente imposible. Ambos se desvivían por pegarle a la piñata. Ambos se aventaban en cuanto caía uno que otro dulce. Al momento de su turno de pegarle a la piñata, mientras uno le pegó con todas las ganas del mundo sorprendiendo a todos los asistentes, el otro me sale con la onda de pedir ayuda, y le pidió auxilio no a su padre o a su madre, ¡sino que a la madrina! Y ahí está el señorito pegándole a la piñata acompañado... A mi se me hace que era plan con maña; ya platicaré más adelante con este canijo para que me aclare sus intenciones. De plano varias seños (señoras, señoritas, no entraré en detalles por desconocimiento), antes de conseguirle dulces a sus hijos, sobrinos o familiares, ¡les consiguieron dulces a mis críos! Yo feliz, porque me facilitaron la chamba de acaparar la bolsita de dulces para cargarlos, pero también temí por mi vida, porque arriesgaba a que mi Ñora me viera rodeado de otras damas y pensara que me estaba pasando de socialito...
Y llegó lo inevitable: la despedida. Parecía que los llevaba a la cárcel, al patíbulo... Lloraron, gritaron, patalearon... Querían otra fiesta, y nos vimos obligados a prometerles otra fiesta próximamente (bendito Dios que viene el bautizo del bebé). Y el cansancio propio de la brincadera y su agüite por la finalización del día los durmió mientras regresábamos a casa en el carro. Mientras los cargábamos del carro a sus camas, atinaron a despertar por un instante con la única intención de reiterar la promesa de una fiesta; y una vez corroborada la promesa, cayeron en un profundo sueño que mi Ñora y yo agradecimos con el alma.
Y acabó el día para mis angelitos. Fueron los seres más felices del mundo por una tarde.